4º día: Tolo - Esparta

Nuevamente, tenemos que proseguir con nuestro periplo de ocho días por toda Grecia. En el día cuarto de nuestro viaje tocaba realizar la ruta hasta Esparta, es decir, recorrernos en autobús desde el Norte hasta el Sur del Peloponeso, de la provincia de Corinto a la provincia de Laconia.

Es por ello que debíamos levantarnos bastante temprano para poder estar listos a las 8:30 de la mañana, como los anteriores días. El hotel en el que nos habíamos alojado la noche anterior es bastante recomendable por sus impresionantes vistas al Mar Egeo. Con el mar a pocos metros del hotel y repleta de embarcaciones y pequeños islotes pegados a la costa, nos encontraríamos con el típico tópico que todos tenemos sobre la costa griega. Estas vistas son bastantes recomendables en la habitación del comedor, donde podemos contemplarlas disfrutando de un buffet libre que permitía el hotel de Tolo. Antes de partir, pudimos inmortalizar el bello paisaje con unos minutos donde nos dedicamos a hacer fotos de aquel maravilloso paisaje.

El día amaneció con un sol típicamente primaveral y una temperatura agradable, al contrario que los anteriores días, donde reinaba el tiempo nublado y lluvioso, si no nevaba, y un frío especialmente intenso para unos turistas acostumbrados al clima suave de la costa atlántica andaluza. Todo eso parecía haber dado a su fin, pero resultó ser solamente un espejismo, pues cuando partimos en autobús, al cabo de unos diez minutos escasos el tiempo cambió súbitamente y nos cayó una intensa nevada que nos acompañó en buena parte del trayecto.

Nos comentó el guía que aunque no es nada raro que nieve, la intensidad y las bajas temperaturas son bastante inusuales en esta época del año, por lo que estábamos viviendo unos paisajes y un tiempo en ciertos modos especiales, resultando tener buena suerte poder contemplar un ambiente nevado poco habitual y del que naturalmente pudimos realizar nuestras correspondientes fotografías para el recuerdo.
Se debe tener en cuenta que, si atendemos a la geografía física griega, podemos observar que a pesar de ser un territorio volcado al mar, presenta un relieve que en su gran mayoría es de tipo montañoso o semimontañoso, destacando numerosos picos montañosos que superan con creces los 2000 metros de altura.

La nieve se convertiría en el factor protagonista de esta jornada, pues al cabo de una hora aproximadamente llegamos a la ciudad de Nemea, una de las ciudades más importante de toda Grecia atendiendo a su historia mitológica, pues en la zona por donde pasamos pasó también el héroe Hércules, que tuvo que desplazarse desde Micenas hasta Nemea para matar a un feroz león que aterrorizaba a los habitantes de la zona. Éste fue el primero de los famosos doce trabajos que tuvo que cumplir para el rey Euristeo de Micenas, a fin de expiar su culpa por haber matado a su familia tras un episodio de locura inducido por su madrasta Hera, que le odiaba al ser un hijo ilegítimo de Zeus con una mortal. Atendiendo al contexto histórico, podemos destacar que en la época clásica en Nemea se celebraron unos juegos de carácter panhelénicos, los juegos Nemeos, en honor al dios Zeus. El ser panhelénicos significaba que durante unos días, los griegos de todas las zonas se reunían para celebrar pacíficamente unos juegos. Salvando las distancias con los Juegos Olímpicos, estaríamos ante un lugar donde se reunían, cada dos años a los atletas representantes de los pueblos de la Hélade. Partiendo de la base de que en las épocas arcaica y clásica Grecia era un conjunto de ciudades-estados pequeñas, con sus propias leyes y costumbres que no formaban una unidad política, se debe reconocer aún más la importancia de estos juegos. No eran simplemente la celebración de unas actividades deportivas por parte de unos atletas, sino que cumplían un elemento fundamental, el de aglutinar durante unos días a todos los representantes de las ciudades y los pueblos de toda Grecia.

La visita al yacimiento arqueológico de Nemea cumpliría no sólo las funciones de poder contemplar los restos arqueológicos clásicos, sino también la de realizar una "parada técnica" para poder descansar ante la larga travesía que nos esperaba. Por ello, la visita estaría estimada en unos 30-45 minutos aproximadamente. De nuevo, la posesión del carnet internacional de estudiante resultó ser fundamental para poder así entrar gratuitamente al recinto.

Sin embargo, los restos de la Nemea clásica y de gran esplendor a la altura de ser una sede de unos juegos helénicos importantes son bastante escasos. Lo más monumental que te puedes encontrar son unas cuantas columnas de gran tamaño de un templo de orden dórico que en el pasado formaban parte del santuario del dios Zeus, al que le rendían homenaje durante los juegos. También nos encontramos durante el camino hileras de tambores, que son las distintas piezas de mármol que componen el fuste de la columna clásica.




Por último, señalar que la nieve tuvo un papel fundamental en nuestra visita al recinto, pues a la par de contemplar los restos de la antigua Nemea pudimos aprovechar para divertirnos y deshacernos del estrés acumulado del viaje tirándonos bolas de nieve durante un buen rato.


Una vez concluida nuestra pequeña visita a Nemea, regresamos de nuevo al autobús donde nos esperaban dos horas de viaje hasta llegar a nuestro próximo destino turístico: Mistrás, a escasos kilómetros de Esparta. A partir de entonces, abandonaríamos la provincia de Corinto para adentrarnos más al sur, pasando por la Argólida y, finalmente al cabo de un tiempo, nos adentraríamos en la provincia meridional del Peloponeso: Laconia. Durante este trayecto y durante todo nuestro recorrido por Grecia continental y el Peloponeso pudimos disfrutar, además del paisaje y las vistas, de las explicaciones históricas de nuestro guía Constantinos. Muy de agradecer, pues sería una sensación no muy agradable haber viajado hasta el otro lado del Mediterráneo para no saber la historia del territorio por el que pasábamos.

Una vez llegados a Mistrás, un poco más tarde del mediodía, nos disponíamos a realizar la segunda actividad de hoy, que era la visita de la Mistrás bizantina situada en el monte Taigeto.

Tras pasar la verja de acceso (nuevamente resultó gratis la visita por medio de los carnets internacionales), nos esperarían unos veinte minutos de camino pedregoso ascendente. El ascenso resultaba verdaderamente un problema pues la inestabilidad del terreno nos obligaba a fijar más la vista hacia los pies para no caernos que en las vistas que teníamos alrededor, aunque de vez en cuando se realizaban unos cuantas paradas en el camino para realizar fotografías del paisaje, algo verdaderamente impresionante porque nos permitía observar los pequeños pueblos de alrededor a “vista de pájaro”. También se debe destacar los pequeños arcos más o menos complejos elaborados de una manera austera utilizando la piedra unida con argamasa como elemento de construcción fundamental. Todo el complejo bizantino de Mistrás estaba realizado mediante bloques de piedras unidas con argamasa, sin duda el material más barato y más cercano que se podían encontrar los constructores medievales.

Una vez que nos encontramos con el castillo medieval situado en la parte más alta de la montaña todo hace presagiar, aunque ya se venía intuyendo desde el comienzo por su situación de recinto amurallado, que su principal función es la defensiva pues la fortaleza se encontraba en un lugar bastante elevado permitiendo ver con gran nitidez el paisaje que rodea a la montaña. A simple vista, el radio de control que posee este fortín medieval podría estar estimado en varios kilómetros. Por otra parte, llama la atención que si el castillo no hubiera estado situado en lo alto de una montaña sino en un lugar mucho más bajo, podría responder perfectamente a la idea tópica del típico castillo medieval sacado de las novelas de caballerías, como el Amadís de Gaula o Tirante el Blanco. Se trata de un mazacote sin apenas ventanas y torres de gran tamaño estratégicamente construida y ubicada de tal modo que lo arqueros tengan una óptima posición de tiro.

Para buscar una justificación del claro acento defensivo de la ciudad-fortaleza de Mistrás hay que atender a su contexto histórico. Su fundación se atribuye al príncipe franco Guillermo II de Villehardouin en el año 1249, fecha por la cual Europa se movilizaba de nuevo mediante una nueva Cruzada, la séptima, con dirección a Tierra Santa para librarla del dominio musulmán (1248-1254). Este movimiento militar estaba liderado por el rey francés Luis IX (1226-1270), y era el reino franco el que contaba con mejores recursos militares y económicos para poder llevar a cabo con éxito la fundación de una ciudad como Mistrás, que debido a su privilegiada situación geográfica en lo alto de una montaña, sumado a su fuerte carácter defensivo, se presentaría como un bastión casi inexpugnable. Ante la proximidad de Grecia a los territorios musulmanes, más aún tratándose del sur del Peloponeso, y teniendo sólo a unas centenares de millas náuticas Egipto en el sur o la costa sirio-palestina en el este, nos encontraríamos con un lugar cercano a la frontera, por lo que la región era bastante insegura, propensa a recibir incursiones o ataques enemigos. La férrea defensa de la ciudad-fortín para el control y consolidación de ese espacio geográfico debía ser totalmente imprescindibles. De hecho, hasta la conquista de Mistrás por parte del Imperio turco otomano a mediados del siglo XV, llegó a ser durante unos dos siglos una de las ciudades griegas más importantes de todo el territorio helénico, especialmente desde un punto de vista cultural, pues se trataba de una ciudad multicultural, que albergaba a todo tipo de intelectuales de distinta procedencia geográfica y pertenecientes a todas las ramas de la cultura: pensadores, filósofos, pintores, escultores, arquitectos, literatos... etc.

Pero lo que más abunda de Mistrás y a lo que dedicamos mayor tiempo fue a la visita de los distintos monasterios e iglesias bizantinas. Visitamos las iglesias de Agía Sofía, la de Ágioi Theodoroi y la de Afendikó o Panagía Hodigítria. Todas ellas oscilan en cuanto a fecha de creación en torno a los siglos XIII y XIV, fecha coincidente con el período de mayor esplendor de la ciudad, y en ellas podemos observar cuales son las características fundamentales de las iglesias bizantinas. A la entrada del edificio, la escasa iluminación y el espacio de reducidas dimensiones provocan una sensación de sobriedad y recogimiento, pero en las naves centrales nos encontramos con unos espacios totalmente iluminados por imágenes de Jesucristo junto a escenas importantes de la religión cristiana. A ello le debemos sumar una abundante decoración, jugando un papel fundamental las ventanas que permitían la iluminación natural del edificio. En la parte más alta, las cúpulas están estratégicamente colocadas para que cuando entre la luz en la iglesia los espectadores involuntariamente levanten la cabeza y vean la parte más alta del edificio. Haciendo un análisis, el arte cristiano bizantino es, sobre todo, de contrastes, pues debemos insistir que de puertas para afuera se trata de una iglesia, que perfectamente podría ser identificada con el estilo románico altomedieval si no fuera por su gran tamaño, pues son ermitas elaboradas mediante bloques de piedras y con nula decoración externa. A nivel anecdótico, podríamos destacar que la decoración interna de muchos de estos centros eclesiásticos se encuentra restaurada, y resulta no menos sorprendente que a muchas de estas imágenes religiosas se les hayan borrado el rostro intencionadamente, como si se hubiera picado la fachada. Tirando de contexto histórico, desde un punto de vista académico sería totalmente descabellado pensar que se trata de un brote de sentimiento iconoclasta, pues las iglesias datan de los siglos XIII y XIV y el problema de las imágenes es de una época anterior, de los siglos VIII-IX. Pero el aspecto que tenían estos desconchados en las imágenes de muchos santos nos demuestra que la historia no es una sucesión de acontecimientos que sigue una línea ordenada y lineal como parece que nos quieren demostrar los manuales pedagógicos.

En total, unas 2 horas tardamos en realizar todo el recorrido greco-bizantino de la ciudad de Mistrás, poniendo el broche final a las visitas programadas del cuarto día. Tras esto, era la hora de parar en un restaurante donde pasamos buena parte de la tarde. Una vez concluido el almuerzo, tuvimos que partir de nuevo en autobús con destino a Esparta, para alojarnos en el Hotel Menelaion. No íbamos a tardar mucho, pues de Mistrás a Esparta sólo había unos 6-8 kilómetros de distancia.

Una vez llegados y alojados en el Hotel Menelaion (un hotel magnífico, quizá el mejor de la ciudad, recientemente renovado y muy céntrico), aprovechamos lo que quedaba de tarde hasta la cena para poder dar un paseo y poder visitar por nuestra cuenta la calle principal de Esparta, que era donde se encontraba situado el hotel. En este pequeño paseo acabamos llegando hasta la colosal estatua de Leónidas, donde todo el mundo tomó sus fotografías, bien de manera individual, bien a nivel grupal, al lado de este héroe espartano que pereció en el paso de las Termópilas en el 480 a.C. durante las Guerras Médicas luchando contra los persas. Después decidimos regresar al hotel para cenar, prepararnos y descansar para el próximo viaje con destino al norte, hacia Olimpia.

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