8º día: Atenas - Jerez

En el octavo día de nuestra estancia en Grecia, la jornada estaba marcada por la nostalgia al ser nuestro último día en aquel país. Han sido ocho días donde hemos recorrido incansablemente Atenas y toda la región del Peloponeso, la parte sur de la Hélade. Finalmente, regresamos por el mismo lugar de donde nos fuimos, llegando a Atenas desde Delfos y hospedándonos de nuevo en el hotel donde estuvimos las dos primeras noches: el hotel Stanley.

Este último día se acordó dedicarlo a visitar los dos grandes museos de la ciudad, pues es una verdadera lástima ir a Atenas y no visitar sus museos. Los dos que íbamos a visitar están estrechamente vinculados a la historia antigua de toda Grecia: el Museo Arqueológico Nacional y el nuevo Museo de la Acrópolis, los dos museos más grandes y famosos de toda Atenas y de Grecia en general.

A diferencia de lo que llevábamos haciendo desde el mismo día que llegamos a Atenas, en esta ocasión se nos daría vía libre para poder visitar uno o los dos museos, o lo que nos apeteciera, solos o en compañía, sin horarios ni órdenes preestablecidas. La única condición que se nos exigía a la hora de la salida es que sobre la una de la tarde estuviésemos todos de vuelta en el hotel, listos y con las maletas preparadas para trasladarnos en autobús hasta el aeropuerto internacional de Atenas, el Eleftherios Venizelos, para volver de nuevo a nuestro país y a nuestros hogares.

Pero yendo por pasos, sabiendo que teníamos que estar preparados para nuestro regreso a la una de la tarde en el hotel Stanley, que una visita tranquila y sin prisas a los museos, aunque desconociendo su capacidad, era bastante seguro que podría oscilar como mínimo en torno a una hora y media en cada uno, y que había que contar con el tiempo que tardaríamos en desplazarnos, dependiendo de si cogíamos o no un medio de transporte rápido, se llegó a la conclusión de que echaríamos toda la mañana en estas visitas. Para ello, lo ideal era levantarnos a una hora un poco más temprana de la habitual para poder desayunar con un mínimo de tranquilidad y, al mismo tiempo, realizar los últimos preparativos para que no hubiera problemas de horario ni nerviosismos por falta de tiempo en nuestra hora de recogida. Esta medida fue bastante importante porque hubiera dejado una mala sensación el hecho de haber atravesado en avión todo el Mar Mediterráneo de oeste a este, haber recorrido todo el Peloponeso y Delfos, y al final haber visitado luego con prisas los museos más importantes, donde se nos muestra la evolución del pasado griego partiendo desde la misma época prehistórica.


Por comodidad, es recomendable pasar primero por el Museo Arqueológico Nacional, abierto para el público desde las ocho y media de la mañana. Por fortuna se encontraba bastante cercano del hotel Stanley; de hecho, yendo a un paso normal y tranquilo se puede tardar unos diez a quince minutos. A nivel anecdótico, diremos que las calles de Atenas "te hacen" caminar rápido aunque no quieras, sobre todo a la hora de cruzar un paso de cebra, pues los semáforos que indican que se puede cruzar una calle realmente ofrecen pocos segundos para hacerlo, teniendo que cruzar rápido. Además, se debe tener en cuenta que la mentalidad de los conductores griegos es, por lo general, impaciente, mucho más que la de los conductores españoles. El tráfico ateniense es demasiado rápido si lo comparamos con el de als ciudades en España y en momentos esporádicos o de hora punta llega a ser verdaderamente caótico, por lo que en caso de que se visite la capital, hay que tener siempre cuidado.

Una vez llegados hasta nuestro destino, lo primero con que nos encontraremos será una inmensa plaza y en el fondo el museo. Por su fachada, de estilo neoclásico, podemos determinar que se trata de un museo de grandes dimensiones y, sobre todo, construido de tal modo que intenta conectar con las formas de construcción utilizados por los clásicos griegos, destacando especialmente los órdenes de estilo jónico que alberga la fachada que da acceso a la entrada, de la misma forma que el pórtico de entrada de la Acrópolis mediante el Propileos. Se trata de una construcción realizada desde el último cuarto del siglo XIX.

La entrada al museo es gratuita los domingos de invierno, así que no hizo ni falta el carnet internacional de estudiante que tantos beneficios y ahorros económicos nos ha dado a lo largo de todo nuestro viaje por Grecia. Una vez dentro, nos encontramos con todo tipo de piezas procedentes de todo el territorio nacional: pequeñas figurillas, grandes esculturas, bustos, ánforas, vasijas, estelas conmemorativas, relieves escultóricos, joyas, vasos decorados... etc. Es decir, un sinfín de restos arqueológicos muy bien organizados por épocas y con secciones especialmente dedicadas por ejemplo a los bronces, las estelas funerarias o a la cerámica (ubicada en el último piso y que desafortunadamente estaba cerrada ese día), que nos van mostrando cuál fue la evolución y complejización de la sociedad griega a partir de su arte. Por consiguiente, en este museo observaremos cómo la arqueología se pone al servicio de la historia.

El museo consta aproximadamente de unas 60 salas, divididas según la época histórica. Cuanto más reciente vayamos en el tiempo se multiplican las salas que van destinados a un período. Así por ejemplo, hay entre una y dos salas donde se alberga una colección de la época prehistórica, hasta las época del Bronce en el Egeo con restos de arte minoico y micénico. Sin embargo, para la etapa arcaica se han dispuesto siete salas y para el período clásico y helenístico unas diez salas. Esto nos hace entrever el gran esplendor que llegó a alcanzar Grecia tras una larga evolución donde han confluido todo tipo de influencias internas y externas para desarrollar un arte actualmente considerado como de los más fascinantes de toda la historia del arte y que pervivió al paso de los siglos por medio de su exportación por todo el mundo conocido con Alejandro Magno en el período helenístico y con la expansión de Roma que absorberá y transmitirá todo este legado clásico griego.

Dentro del museo nos saldrán al paso numerosas obras que demuestran el talento artístico de los antiguos griegos, y que hemos visto hasta la saciedad en documentales, revistas, libros de textos, fotografías, como la Máscara de Agamenón, el Kouros de Anávissos, el Diadúmenos de Policleto, el Poseidón del Artemision y tantas otras, sin que nada nos impida plantarnos fascinados ante ellas. El hecho de poder contemplarlas con total tranquilidad desde todos los puntos de vista y poder ubicarla dentro de un espacio de tres dimensiones nos permitirá observar detalles que sólo son apreciables cuando ves estas obras en persona. Un detalle muy curioso es que todo el foco de atención se centra en las obras que han pasado a la historia por su monumentalidad, por lo tanto, las salas donde se albergan las estatuas del período clásico o helenístico son las que acaparan y aglomeran a más público frente a las salas de las cerámicas, vasijas y ánforas ornamentadas, que siempre son las grandes olvidadas de los museos, cuando por norma general son este tipo de decoraciones los que más pistas e ideas nos ofrecen sobre la vida política, social y cultural de la Antigua Grecia. De todos modos, todo aquel considerado helenófilo o aficionado a la historia en general agradecerá haber venido. Quizás la única nota negativa de esta visita sea que no fue guiada, por lo que nos tuvimos que contentar con unas cuantas frases o párrafos de los carteles en inglés que venían asociadas a los restos arqueológicos.

Una vez visitado el Museo Arqueológico Nacional, nos fuimos al nuevo Museo de la Acrópolis. De desplazarnos andando hubiéramos tardado cerca de una hora, y el tiempo del que disponíamos era bastante limitado (nos quedaban unas escasas dos o tres horas). Por lo tanto, lo más recomendable para estos casos es coger el metro, el medio de transporte más moderno, rápido y económico de toda Atenas y recientemente inaugurado, en el 2004, con motivo de la celebración en dicho año de las Olimpiadas. Un viaje simple en el metro con el carné de estudiante nos salía por unos setenta céntimos, un precio bastante económico en comparación con lo que cuestan los viajes en tren, autobús o metro en España, lo que resultaba una gran ventaja. Los tres días que estuvimos visitando Atenas lo cogímos a menudo para trasladarnos a un lado y a otro de la capital griega. Existían otros medios de transporte, como los taxis, pero ya desde el primer día se nos recomendó no utilizarlo ante el riesgo de sufrir timos y estafas por parte de los conductores aprovechando nuestra condición de turistas.

Decidimos volver a la estación de metro que se encuentra justo al lado del hotel Stanley, por lo que sólo tuvimos que desandar nuestros pasos desde el Museo Arqueológico. Desde la parada de Metaxourgeio teníamos que ir rumbo a la Acrópolis, pues el museo se encuentra estratégicamente situado a los pies de la vieja colina sagrada de Atenas. En sólo unos minutos llegamos a nuestro destino. El metro se ha convertido en un medio de comunicaciones fundamental, ejerciendo la función de articular y comunicar a lo largo y a lo ancho toda Atenas, que dicho sea de paso, sumando todos sus suburbios, presenta una población de más de cuatro millones de habitantes.

Una vez llegados a la estación de la Acrópolis, con sólo subir la escalera del metro ya nos encontrábamos casi en el museo. A simple vista es bastante diferente respecto al Museo Arqueológico. Inaugurado en 2009, ofrece lógicamente un aspecto mucho más moderno en cuanto a estructura con respecto al modelo neoclásico del anterior museo. Además, tiene la particularidad que la entrada al edificio está elevado a unos metros sobre el nivel del suelo y en ella podemos observar bajo nuestros pies restos arqueológicos que están a medio descubrir de lo que parece ser son unas infraestructuras. Como particularidad, la gente echaba unas moneditas a algo que parecía un pozo a modo de “pozo de los deseos”. Es decir, se trata de un lugar que congrega a miles de personas de todas las nacionalidades, al igual que el Museo Arqueológico, con el deseo común de ver restos de la Antigua Grecia y más concretamente los restos hallados en la Acrópolis, el recinto arqueológico más representativo de Atenas y quizá de toda Grecia.

La entrada es gratuita pero en esta ocasión sí es recomendable tener a mano el carnet internacional de estudiante. También es imprescindible pasar por un severo control de seguridad a la entrada, que hace que se formen largas colas y haya que esperar. Lo ideal es visitarlo a una hora temprana, que es cuando más tranquilo y despejado está el acceso al museo.

El Museo de la Acrópolis consta de menos salas con respecto al Arqueológico, con un vestíbulo y nueve estancias donde están recogidas todos los tesoros y joyas artísticas descubiertas en la colina de la Acrópolis y sus alrededores a lo largo de más de un siglo (el museo en su antiguo emplzamiento estaba activo desde 1874) albergando antigüedades desde el período tardo-arcaico. No obstante, cabe recordar que aquí no se encuentran todos los restos de la Acrópolis, sino una pequeña parte, pues la gran mayoría de ellos se encuentran en el Museo Británico o en el Louvre de París desde mediados del siglo XVIII, cuando la ola cultural neoclasicista empujó a los europeos occidentales en plena sensación de superioridad a llevarse todos los restos arqueológicos que encontraban por el boom del gusto por el coleccionismo de antigüedades, siendo su posesión un factor de prestigio para todos los museos o grandes personalidades de cada país. Lo cierto es que en Grecia siempre se ha querido que los museos de Europa devolviesen al país todo lo que le habían arrebatado porque lo consideran obviamente como un patrimonio propio. Pero la misión se antoja complicada, porque ninguna postura cede ante las pretensiones del otro y no habrá solución, al menos, a corto o medio plazo, por lo que si queremos ver buena parte de la antigua Grecia habremos de ir a Gran Bretaña, donde se albergan los frisos del Partenón, o a Francia, donde se hallan multitud de estatuas, esculturas y otros vestigios arqueológicos griegos.

Sin embargo, hay que destacar, entre otras piezas del Museo de la Acrópolis, sin duda los relieves del Partenón, obras del maestro del siglo V a.C. Fidias (su disposición en la 3ª planta, recreando a escala natural el propio Partenón es realmente impactante); las célebres Cariátides, columnas con forma de joven doncella que sujetaban el pórtico del Erechtheion; la Kóre del peplo, junto con una amplia colección de koúroi y kórai; el Moscóforo, de finales del siglo VI a.C., que representa a un joven cargando sobre su espalda un pequeño ternero, posiblemente en el instante previo al sacrificio religioso; de la misma fecha es también el famoso relieve de Atenea Pensativa; frontones del Partenón arcaico, esfinges, estatuas votivas, etc. En total, también se tarda como mínimo entre una y dos horas en poder contemplar a un ritmo tranquilo todo el museo, que es más que recomendable para todo el que viaje a Grecia.

Una vez finalizada la visita del Museo de la Acrópolis, nos habíamos dado cuenta de que ya era hora de regresar al hotel y de reunirnos todos en el hotel para dirigirnos al autobús, que en veinte minutos nos dejará en el aeropuerto, desde donde viajaremos de vuelta a casa, tardando unas cuantas horas, pero con la emoción de poder contar la experiencia vivida, mostrar las fotografías obtenidas y de dar los regalos comprados a lo largo de todo nuestro recorrido. Pero en realidad, no todo lo que nos espera en nuestra vuelta a casa son alegrías. Atrás queda la nostalgia y la pena de la despedida de unos recuerdos que se quedarán en la memoria para siempre, aun sabiendo con cierta esperanza que en un futuro por definir se hará, lo más seguro, un nuevo viaje, bien sea a nivel individual durante unas vacaciones o, por el contrario, se organice de nuevo una expedición a Grecia en los próximos cursos, porque se trata de un país que es imposible verlo entero en ocho días escasos, sino que harían falta meses. Pero eso ya se verá en el futuro.

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