2º día: Atenas



Como íbamos a hacer todos los días durante nuestro recorrido por la zona meridional de Grecia nos levantamos a las 07:20, recordad que la franja horaria es de una hora más respecto a la de España, y desayunamos en el hotel en el que nos hospedamos durante nuestra estancia en Atenas, el Stanley. Nos dirigimos cogiendo el metro desde la estación de Metaxourgeio que quedaba junto al hotel al conjunto arqueológico de la Acrópolis ateniense bajándonos en la estación de mismo nombre. Al recinto arqueológico de la Acrópolis se llega rápidamente ya que la estación de metro no queda lejos. Por cierto que haciendo uso del Carné de Estudiante Internacional tanto en los transportes públicos, donde os harán una rebaja, como en los museos y yacimientos arqueológicos, donde os saldrá la entrada gratis, el viaje no se les saldrá de lo previsto a aquellos con presupuestos reducidos.
Tras la destrucción por parte de los persas en el 480 a.C. de todo el complejo antiguo de la Acrópolis de Atenas se tuvo que reconstruir éste de nueva planta. Las acrópolis helenas solían asentarse en zonas elevadas a las cuales desde tiempos inmemoriales se les daba un componente sagrado; el grado de majestuosidad de estas era proyectado hacia los visitantes de la época que las atisbaban desde la lejanía como representación del esplendor de la polis griega a la que pertenecía, ello explica la magnifica composición de la Ateniense cuya simetría y los estudios matemáticos que en ella se habían aplicado permitían corregir los defectos que el ojo humano podía provocar en la visión de los visitantes que alzaban la mirada desde lejos hacia ésta.

Allí pudimos contemplar, nada más llegar, los restos estructurales en la falda de la Acrópolis de quienes fueron los primeros pobladores del lugar. También en los aledaños por la cara sur se encuentra el teatro de Dionisos cuya orquesta y escenario se conservan bastante bien al igual que la mayor parte del graderío el cual aprovecha la propia pendiente de la colina de la Acrópolis para su asentamiento. No muy lejos de éste se encuentra un templo consagrado al mismo dios,. El teatro se construyó a finales del siglo VI a.C., y en él estrenaron sus obras Esquilo, Sófocles y Eurípides. Presenta el aspecto que le dejó su última remodelación en época del emperador Nerón (en el siglo I d.C.). Las gradas más altas llegaban asta el arranque de los muros de la Acrópolis que se elevaba en la cima de la colina. Más adelante, en nuestro camino hacia
el Odeón (construcción destinada a competiciones de canto) de Herodes Ático (161 d.C.) conservado casi en perfectas condiciones (de hecho es sede de actuaciones musicales durante el Festival de Atenas en verano), nos encontramos con los restos del templo de Asclepio y la Stoa de Eumenes (197-159 d.C.). Camino ya de entrar dentro del ansiado complejo tuvimos una vista
magnífica del templo de Atenea Niké o Niké Áptera, personificación de la victoria, antes de pasar junto a la puerta Beulé y quedarnos alelados con la magnífica y esplendorosa entrada porticada que conforma los Propíleos. Construidos por el arquitecto Mnesicles entre el 437 y el 432 a.C. bajo el gobierno de Pericles, esta monumental entrada vino a sustituir a la anterior destruida por los persas en el 480.C. de época pisistrátida y salva un lugar muy accidentado, lo que supuso todo un reto para su diseñador.
Al traspasar el umbral de la escalinata de la entrada atisbamos a mano izquierda el Erecteion, templo consagrado al héroe local Erecteo el cual consta de un magnífico pórtico columnado por las cariátides, y a la derecha el Partenón; en la antigüedad lo primero que se veía al entrar era la imagen de una colosal estatua en bronce de la Atenea Prómachos (defensora) policromada, hoy desaparecida, portando un casco, un escudo y una lanza además de una piel de cabra (la égida) que llevaba sobre los hombros y que estaba bordada con serpientes.
El centro de la vida activa en la Acrópolis tanto en la antigüedad como más aún en la actualidad, ya que sigue estando en proceso de restauración, es el Partenón. Fue uno de los mejores políticos que han existido, Pericles, el que encomendó la construcción del nuevo templo consagrado a Atenea, patrona de la capital de la región del Ática, a los arquitectos Calícrates e Ictino encargando de la decoración escultórica al famoso Fidias quien también realizara la escultura en oro y marfil de Atenea como doncella, Párthenos, de ahí el nombre del templo. La estatua en el siglo V d.C. sufre un tercer incendio y desaparece aunque según un relato se la ubica en el siglo X d.C. en Constantinopla. El Partenón se mantuvo relativamente intacto hasta que una bomba veneciana durante el asedio de la acrópolis a finales del siglo XVII provocó una explosión en el edificio, que estaba siendo

utilizado por los turcos como polvorín. Posteriormente en el siglo XIX el embajador británico Elgin en Constantinopla se lleva la mayor parte de los frisos y estatuas que se conservaban parcialmente para venderlas al Museo Británico, y en 1904 un terremoto provoco

tal daño en la estructura que aun se conservaba que el estado griego empezó a realizar los primeros trabajos de restauración que duran hasta la actualidad en pos de conservar uno de los símbolos de los orígenes de la civilización Occidental. Tras contemplarlo en todo su contorno nos acercamos a la última construcción realizada dentro de la Acrópolis, el Erecteion es un edificio construido por el arquitecto Mnesicles el cual salvó el desnivel en el que anteriormente se asentaba un templo dedicado a Atenea Políade (o "de la ciudad") erigido en época de los Pisistrátidas, con la configuración de un templo en varias secciones más pequeñas e inconexas entre sí. La parte principal orientada hacia el este está precedida por un pronaos hexástilo donde se incluye el recinto de culto de Atenea Políade, el cual esta incomunicado con los tres que tiene a su espalda dedicados a Poseidón-Erecteo, a Hefesto y a los ancestros míticos.



En la fachada norte se ubica en un nivel inferior un pórtico tetrástilo donde se supone que están los surcos que produjo el dios Poseidón con su tridente al hacer aparecer una fuente de agua salada durante su enfrentamiento con Atenea por el patronato de la ciudad; finalmente ganaría Atenea tras hacer surgir un olivo que podemos encontrar en los aledaños del pórtico. La fachada oeste presenta una columnata incrustada en el muro plano a gran altura, y en el lateral sur el famoso pórtico de las Cariátides preside una de las estampas más bonitas del conjunto, pero las que están en la Acrópolis son replicas de las cinco que se encuentran en el Museo Nacional Arqueológico de Atenas y una en el Británico. El conjunto esta consagrado al héroe local y primer rey mítico de Atenas, Erecteo, hijo de Poseidón y padre de Cécrope el cual morirá al caerle un rayo lazado por Júpiter.

Tras disfrutar de una bella vista de la ciudad de Atenas, la cual se extiende sin que se atisbe su fin alrededor de la Acrópolis, descendimos en dirección al Ágora griega y al Hefesteion que se alza al noreste de ésta, en el camino nos acercamos a la colina del Areópago (el más antiguo y venerable tribunal ateniense), donde encontramos a algunos atenienses volando cometas, tradición realizada el primer día de cuaresma.
En el ágora, aparte de ver una preciosa Iglesia bizantina de planta en cruz griega pudimos disfrutar de la reconstrucción de la Stoa de Átalo, magnífico edificio porticado regalado a la ciudad de Atenas por el rey de Pérgamo Átalo II en el siglo II a.C.. Es éste uno de los ricos edificios que rodeaban el ágora, entre cuyos monumentos y fuentes se proyectaba la vida y actividad social, económica y política de Atenas.
En su interior se alberga el pequeño pero interesante Museo del Ágora, donde pudimos admirar su colección de óstraka (trozos de cerámica usados en las votaciones para decidir un destierro político, de donde ostracismo), así como numerosas piezas que nos acercaron a la vida cotidiana de la antigua Atenas (como los cálices de la foto).

Nos dirigimos hacia el Hefesteion, el cual majestuoso se alza controlando lo que fue el centro de la vida ateniense. Consagrado al dios herrero Hefesto y a su hermana Atenea fue construido en el 449 a.C. permaneciendo intacto hasta el siglo VII d.C. cuando fue reacondicionado como basílica dedicada a San Jorge y principios del XIX cuando durante la guerra de independencia griega sufrió daños siendo reparado posteriormente.
En nuestro camino hacia el templo de Zeus Olímpico recorremos la cercana ágora de época romana y nos adentramos en el museo cerámico donde entre numerosas reliquias pudimos contemplar en su patio central la escultura de un toro además de luego pasear por la zona arqueológica donde se hallaban los objetos y monumentos observados dentro del edificio. Seguimos cruzando el arco de Adriano que separaba la antigua ciudad ateniense del nuevo barrio mandado a construir por el emperador que lleva su nombre como reza en una inscripción en la fachada del lado que da a la Acrópolis: “Aquí está la antigua Atenas, ciudad de Teseo”.

Del templo de Zeus Olímpico, cuya construcción fue iniciada bajo Pisístrato en el s. VI a.C. pero no se finalizó hasta 650 años después, solo se conserva una quincena de las columnas que conformaban el templo más grande de Grecia. El diámetro y la altura de los basamentos, los fustes y los capiteles corintios de las columnas impresionan y dan pie a la descripción que dio Pausanias sobre el templo: sus dimensiones abarcaban cuatro estadios.
Abandonamos el templo para reponer fuerzas en la plaza de Monastiraki rodeando la Acrópolis. Allí pudimos degustar numerosos platos típicos como la musaká, el souvlaki o el pastitsio en un menú de dos platos que no superaba los 12 euros por persona con bebidas incluidas. La tarde y la noche la pasamos algunos deambulando por la ciudad e indagando en las tiendas de souvenires primordialmente, aunque también nos encontramos con monumentos antiguos por sorpresa como la linterna de Lisícrates, levantada en el 334 a.C. en homenaje a este corego o patrocinador del coro ganador del concurso teatral celebrado en el teatro de Dionisos. El monumento lleva inscrito por eso su nombre y en su cúspide se encontraba el trofeo concedido, un trípode de bronce. Entre los siglos XVII y XIX el lugar se utilizó como biblioteca del monasterio de la orden franciscana por lo que pasó a ser conocido el monumento como la linterna de Diógenes. Es el único monumento corégico conservado en Atenas.





3º día: Atenas - Tolo


¡Comenzamos el circuito!. Después de desayunar y reponer fuerzas para todo el día, nos recogieron en el hotel Ángelos, el conductor, y Constantinos, el guía, nuestros compañeros de viaje para los próximos días. A las 8.30 h. salimos en dirección al Canal de Corinto. A las 10 de la mañana bajamos del autobús y el viento, el frío y algunos copos de nieve nos dieron de cara. El Canal es precioso como podéis ver en las fotos:

Canal de Corinto

Se trata de un canal artificial abierto en el istmo de Corinto a finales del siglo XIX, que une la península del Peloponeso al Ática.

Después de esta breve parada continuamos nuestro camino a Epidauro. Cuando llegamos, nuestro guía Constantinos nos ofreció una clase magistral sobre el origen del teatro, su desarrollo a lo largo del tiempo y las características de éste.


Teatro de Epidauro


Luego, nuestras compañeras Marina y Laura, integrantes del grupo de teatro clásico de la Universidad de Cádiz PHERSU, nos sorprendieron al actuar en el teatro, haciendo una breve representación de los coros de Agamenón. Gracias a ellas pudimos comprobar la increíble acústica del teatro de Epidauro.

Laura y Marina recitando

A continuación, visitamos el Museo de Epidauro donde pudimos ver réplicas -pues la mayor parte de las piezas originales se encuentran en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas- de esculturas, frisos y cornisas.

Escultura de Asclepio en el museo de Epidauro
Nuevamente nos montamos en el autobús y “nuestro buen conductor Ángelos”, como cariñosamente le decía Constantinos, nos llevó a la ciudad de Micenas, donde nos esperaba Agamenón. La nieve, el frio y el viento eran cada vez más violentos. Aún así, disfrutamos muchísimo viendo la Puerta de los Leones, la necrópolis, desde donde pudimos divisar unas montañas que reciben el nombre de “Agamenón muerto” debido a su silueta, y el museo, donde pudimos ver réplicas de las piezas encontradas por Schliemann y su equipo en la ciudad micénica y una maqueta del recinto.

Detalle de la Puerta de los Leones en Micenas

A las puertas de Micenas

Círculo de tumbas micénicas

Muñeco en el museo de Micenas

Inscripciones


Luego, nos dirigimos a visitar el Tesoro de Atreo, padre de Agamenón y Menelao, los dos famosos reyes aqueos.

En la puerta del Tesoro de Atreo
Interior del Tesoro de Atreo

A continuación, fuimos a almorzar al “Palacio de Agamenón”, un restaurante situado en las cercanías donde pudimos degustar el siguiente menú, con platos a elegir, por tan solo 10€.





Tras la comida, nos dirigimos a la ciudad de Nauplia para hacer una pequeña visita. Tuvimos la oportunidad de pasear por sus pintorescas calles.










Después de visitar Nauplia, y una vez dentro del autobús nos dirigimos hasta Tolo, a nuestro hotel con el mismo nombre. Lo cierto es que la mayoría no salimos del hotel por lo cansado que había sido el día y lo frío del ambiente, así que después de cenar en el mini-buffet nos fuimos a descansar. El hotel estaba bastante bien y sus vistas eran INCREÍBLES:






4º día: Tolo - Esparta

Nuevamente, tenemos que proseguir con nuestro periplo de ocho días por toda Grecia. En el día cuarto de nuestro viaje tocaba realizar la ruta hasta Esparta, es decir, recorrernos en autobús desde el Norte hasta el Sur del Peloponeso, de la provincia de Corinto a la provincia de Laconia.

Es por ello que debíamos levantarnos bastante temprano para poder estar listos a las 8:30 de la mañana, como los anteriores días. El hotel en el que nos habíamos alojado la noche anterior es bastante recomendable por sus impresionantes vistas al Mar Egeo. Con el mar a pocos metros del hotel y repleta de embarcaciones y pequeños islotes pegados a la costa, nos encontraríamos con el típico tópico que todos tenemos sobre la costa griega. Estas vistas son bastantes recomendables en la habitación del comedor, donde podemos contemplarlas disfrutando de un buffet libre que permitía el hotel de Tolo. Antes de partir, pudimos inmortalizar el bello paisaje con unos minutos donde nos dedicamos a hacer fotos de aquel maravilloso paisaje.

El día amaneció con un sol típicamente primaveral y una temperatura agradable, al contrario que los anteriores días, donde reinaba el tiempo nublado y lluvioso, si no nevaba, y un frío especialmente intenso para unos turistas acostumbrados al clima suave de la costa atlántica andaluza. Todo eso parecía haber dado a su fin, pero resultó ser solamente un espejismo, pues cuando partimos en autobús, al cabo de unos diez minutos escasos el tiempo cambió súbitamente y nos cayó una intensa nevada que nos acompañó en buena parte del trayecto.

Nos comentó el guía que aunque no es nada raro que nieve, la intensidad y las bajas temperaturas son bastante inusuales en esta época del año, por lo que estábamos viviendo unos paisajes y un tiempo en ciertos modos especiales, resultando tener buena suerte poder contemplar un ambiente nevado poco habitual y del que naturalmente pudimos realizar nuestras correspondientes fotografías para el recuerdo.
Se debe tener en cuenta que, si atendemos a la geografía física griega, podemos observar que a pesar de ser un territorio volcado al mar, presenta un relieve que en su gran mayoría es de tipo montañoso o semimontañoso, destacando numerosos picos montañosos que superan con creces los 2000 metros de altura.

La nieve se convertiría en el factor protagonista de esta jornada, pues al cabo de una hora aproximadamente llegamos a la ciudad de Nemea, una de las ciudades más importante de toda Grecia atendiendo a su historia mitológica, pues en la zona por donde pasamos pasó también el héroe Hércules, que tuvo que desplazarse desde Micenas hasta Nemea para matar a un feroz león que aterrorizaba a los habitantes de la zona. Éste fue el primero de los famosos doce trabajos que tuvo que cumplir para el rey Euristeo de Micenas, a fin de expiar su culpa por haber matado a su familia tras un episodio de locura inducido por su madrasta Hera, que le odiaba al ser un hijo ilegítimo de Zeus con una mortal. Atendiendo al contexto histórico, podemos destacar que en la época clásica en Nemea se celebraron unos juegos de carácter panhelénicos, los juegos Nemeos, en honor al dios Zeus. El ser panhelénicos significaba que durante unos días, los griegos de todas las zonas se reunían para celebrar pacíficamente unos juegos. Salvando las distancias con los Juegos Olímpicos, estaríamos ante un lugar donde se reunían, cada dos años a los atletas representantes de los pueblos de la Hélade. Partiendo de la base de que en las épocas arcaica y clásica Grecia era un conjunto de ciudades-estados pequeñas, con sus propias leyes y costumbres que no formaban una unidad política, se debe reconocer aún más la importancia de estos juegos. No eran simplemente la celebración de unas actividades deportivas por parte de unos atletas, sino que cumplían un elemento fundamental, el de aglutinar durante unos días a todos los representantes de las ciudades y los pueblos de toda Grecia.

La visita al yacimiento arqueológico de Nemea cumpliría no sólo las funciones de poder contemplar los restos arqueológicos clásicos, sino también la de realizar una "parada técnica" para poder descansar ante la larga travesía que nos esperaba. Por ello, la visita estaría estimada en unos 30-45 minutos aproximadamente. De nuevo, la posesión del carnet internacional de estudiante resultó ser fundamental para poder así entrar gratuitamente al recinto.

Sin embargo, los restos de la Nemea clásica y de gran esplendor a la altura de ser una sede de unos juegos helénicos importantes son bastante escasos. Lo más monumental que te puedes encontrar son unas cuantas columnas de gran tamaño de un templo de orden dórico que en el pasado formaban parte del santuario del dios Zeus, al que le rendían homenaje durante los juegos. También nos encontramos durante el camino hileras de tambores, que son las distintas piezas de mármol que componen el fuste de la columna clásica.




Por último, señalar que la nieve tuvo un papel fundamental en nuestra visita al recinto, pues a la par de contemplar los restos de la antigua Nemea pudimos aprovechar para divertirnos y deshacernos del estrés acumulado del viaje tirándonos bolas de nieve durante un buen rato.


Una vez concluida nuestra pequeña visita a Nemea, regresamos de nuevo al autobús donde nos esperaban dos horas de viaje hasta llegar a nuestro próximo destino turístico: Mistrás, a escasos kilómetros de Esparta. A partir de entonces, abandonaríamos la provincia de Corinto para adentrarnos más al sur, pasando por la Argólida y, finalmente al cabo de un tiempo, nos adentraríamos en la provincia meridional del Peloponeso: Laconia. Durante este trayecto y durante todo nuestro recorrido por Grecia continental y el Peloponeso pudimos disfrutar, además del paisaje y las vistas, de las explicaciones históricas de nuestro guía Constantinos. Muy de agradecer, pues sería una sensación no muy agradable haber viajado hasta el otro lado del Mediterráneo para no saber la historia del territorio por el que pasábamos.

Una vez llegados a Mistrás, un poco más tarde del mediodía, nos disponíamos a realizar la segunda actividad de hoy, que era la visita de la Mistrás bizantina situada en el monte Taigeto.

Tras pasar la verja de acceso (nuevamente resultó gratis la visita por medio de los carnets internacionales), nos esperarían unos veinte minutos de camino pedregoso ascendente. El ascenso resultaba verdaderamente un problema pues la inestabilidad del terreno nos obligaba a fijar más la vista hacia los pies para no caernos que en las vistas que teníamos alrededor, aunque de vez en cuando se realizaban unos cuantas paradas en el camino para realizar fotografías del paisaje, algo verdaderamente impresionante porque nos permitía observar los pequeños pueblos de alrededor a “vista de pájaro”. También se debe destacar los pequeños arcos más o menos complejos elaborados de una manera austera utilizando la piedra unida con argamasa como elemento de construcción fundamental. Todo el complejo bizantino de Mistrás estaba realizado mediante bloques de piedras unidas con argamasa, sin duda el material más barato y más cercano que se podían encontrar los constructores medievales.

Una vez que nos encontramos con el castillo medieval situado en la parte más alta de la montaña todo hace presagiar, aunque ya se venía intuyendo desde el comienzo por su situación de recinto amurallado, que su principal función es la defensiva pues la fortaleza se encontraba en un lugar bastante elevado permitiendo ver con gran nitidez el paisaje que rodea a la montaña. A simple vista, el radio de control que posee este fortín medieval podría estar estimado en varios kilómetros. Por otra parte, llama la atención que si el castillo no hubiera estado situado en lo alto de una montaña sino en un lugar mucho más bajo, podría responder perfectamente a la idea tópica del típico castillo medieval sacado de las novelas de caballerías, como el Amadís de Gaula o Tirante el Blanco. Se trata de un mazacote sin apenas ventanas y torres de gran tamaño estratégicamente construida y ubicada de tal modo que lo arqueros tengan una óptima posición de tiro.

Para buscar una justificación del claro acento defensivo de la ciudad-fortaleza de Mistrás hay que atender a su contexto histórico. Su fundación se atribuye al príncipe franco Guillermo II de Villehardouin en el año 1249, fecha por la cual Europa se movilizaba de nuevo mediante una nueva Cruzada, la séptima, con dirección a Tierra Santa para librarla del dominio musulmán (1248-1254). Este movimiento militar estaba liderado por el rey francés Luis IX (1226-1270), y era el reino franco el que contaba con mejores recursos militares y económicos para poder llevar a cabo con éxito la fundación de una ciudad como Mistrás, que debido a su privilegiada situación geográfica en lo alto de una montaña, sumado a su fuerte carácter defensivo, se presentaría como un bastión casi inexpugnable. Ante la proximidad de Grecia a los territorios musulmanes, más aún tratándose del sur del Peloponeso, y teniendo sólo a unas centenares de millas náuticas Egipto en el sur o la costa sirio-palestina en el este, nos encontraríamos con un lugar cercano a la frontera, por lo que la región era bastante insegura, propensa a recibir incursiones o ataques enemigos. La férrea defensa de la ciudad-fortín para el control y consolidación de ese espacio geográfico debía ser totalmente imprescindibles. De hecho, hasta la conquista de Mistrás por parte del Imperio turco otomano a mediados del siglo XV, llegó a ser durante unos dos siglos una de las ciudades griegas más importantes de todo el territorio helénico, especialmente desde un punto de vista cultural, pues se trataba de una ciudad multicultural, que albergaba a todo tipo de intelectuales de distinta procedencia geográfica y pertenecientes a todas las ramas de la cultura: pensadores, filósofos, pintores, escultores, arquitectos, literatos... etc.

Pero lo que más abunda de Mistrás y a lo que dedicamos mayor tiempo fue a la visita de los distintos monasterios e iglesias bizantinas. Visitamos las iglesias de Agía Sofía, la de Ágioi Theodoroi y la de Afendikó o Panagía Hodigítria. Todas ellas oscilan en cuanto a fecha de creación en torno a los siglos XIII y XIV, fecha coincidente con el período de mayor esplendor de la ciudad, y en ellas podemos observar cuales son las características fundamentales de las iglesias bizantinas. A la entrada del edificio, la escasa iluminación y el espacio de reducidas dimensiones provocan una sensación de sobriedad y recogimiento, pero en las naves centrales nos encontramos con unos espacios totalmente iluminados por imágenes de Jesucristo junto a escenas importantes de la religión cristiana. A ello le debemos sumar una abundante decoración, jugando un papel fundamental las ventanas que permitían la iluminación natural del edificio. En la parte más alta, las cúpulas están estratégicamente colocadas para que cuando entre la luz en la iglesia los espectadores involuntariamente levanten la cabeza y vean la parte más alta del edificio. Haciendo un análisis, el arte cristiano bizantino es, sobre todo, de contrastes, pues debemos insistir que de puertas para afuera se trata de una iglesia, que perfectamente podría ser identificada con el estilo románico altomedieval si no fuera por su gran tamaño, pues son ermitas elaboradas mediante bloques de piedras y con nula decoración externa. A nivel anecdótico, podríamos destacar que la decoración interna de muchos de estos centros eclesiásticos se encuentra restaurada, y resulta no menos sorprendente que a muchas de estas imágenes religiosas se les hayan borrado el rostro intencionadamente, como si se hubiera picado la fachada. Tirando de contexto histórico, desde un punto de vista académico sería totalmente descabellado pensar que se trata de un brote de sentimiento iconoclasta, pues las iglesias datan de los siglos XIII y XIV y el problema de las imágenes es de una época anterior, de los siglos VIII-IX. Pero el aspecto que tenían estos desconchados en las imágenes de muchos santos nos demuestra que la historia no es una sucesión de acontecimientos que sigue una línea ordenada y lineal como parece que nos quieren demostrar los manuales pedagógicos.

En total, unas 2 horas tardamos en realizar todo el recorrido greco-bizantino de la ciudad de Mistrás, poniendo el broche final a las visitas programadas del cuarto día. Tras esto, era la hora de parar en un restaurante donde pasamos buena parte de la tarde. Una vez concluido el almuerzo, tuvimos que partir de nuevo en autobús con destino a Esparta, para alojarnos en el Hotel Menelaion. No íbamos a tardar mucho, pues de Mistrás a Esparta sólo había unos 6-8 kilómetros de distancia.

Una vez llegados y alojados en el Hotel Menelaion (un hotel magnífico, quizá el mejor de la ciudad, recientemente renovado y muy céntrico), aprovechamos lo que quedaba de tarde hasta la cena para poder dar un paseo y poder visitar por nuestra cuenta la calle principal de Esparta, que era donde se encontraba situado el hotel. En este pequeño paseo acabamos llegando hasta la colosal estatua de Leónidas, donde todo el mundo tomó sus fotografías, bien de manera individual, bien a nivel grupal, al lado de este héroe espartano que pereció en el paso de las Termópilas en el 480 a.C. durante las Guerras Médicas luchando contra los persas. Después decidimos regresar al hotel para cenar, prepararnos y descansar para el próximo viaje con destino al norte, hacia Olimpia.
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